La poesía no sólo produce sensaciones, también es capaz de contar historias. Y no solamente historias de amor, como lo creemos en nuestra adolescencia. También puede contar historias de vida.
La poesía es sorprendente e infinita. Versa sobre finales felices o infelices, pero también corre libre e indomable.
También nos trae de vuelta esos personajes entrañables que tanto significan para nosotros.
A mis manos llegó el libro 70 años de entrevistas en Venezuela, con la curaduría de Sergio Dahbar y el prólogo de Francisco Suniaga, editado por Cyngular. En sus páginas, una entrevista histórica: Armando Reverón por Carmen Clemente Travieso, del 8 de mayo de 1946.
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Allí, Carmen nos cuenta de ese artista plástico que rompió paradigmas. “Con paso tranquilo, con su cuerpo desnudo, con sus cabellos rebeldes sobre la frente inteligente, Armando nos va mostrando las ‘dependencias de su mansión’. Allí, tras la cocina, un cuadrilátero encementado, con un techo de pajas. Nos llama la atención la luz que entra a raudales por un rectángulo abierto al cielo. (…)»
«Armando parece que se hubiera dado cuenta que está hablando algo incoherente y permanece un momento en silencio. (…) Pancho nos hace señas desde su palo. Armando se acerca, lo baja y le coloca el sombrero y el manto rojo y dorado. De inmediato nos viene el recuerdo de los monos que miramos alguna vez en una esquina bailando al son del organillo y recogiendo monedas para su amo. (…) Pancho aplaude y ríe emitiendo pequeños gritos. Armando ríe también. (…) Solo, con su cabeza despeinada, con su cuerpo fieramente desnudo, con sus sueños y sus originalidades le dejamos tras la reja. Allí se quedó solitario, entregado a sus ensueños, despidiéndonos con la mano en alto”.
Luego de esa legendaria visita al Castillete de Reverón, Carmen rememora: “Su recuerdo nos invade, y hacemos un trecho del camino calladas. Parece como si algo se nos hubiese quebrado por dentro. Es tal vez su maravillosa vida de artista abandonada, sola, silenciosa, a pesar del estruendo inconfundible de su arte…”
Y como la palabra no se doblega ante los géneros, ni siquiera ante el periodismo o la literatura, más allá de una entrevista que haría historia, viene la poesía para seguir dibujándonos a Reverón.
Así, Juan Calzadilla le escribe un poema llamado Heroísmo de la realidad, el cual me encuentro en el libro Ecólogo de día feriado, antología personal editado por Monte Ávila Editores Latinoamericana como parte de la colección Biblioteca Básica de Autores Venezolanos.
En su poema, Juan también nos cuenta de Reverón.
¿Por qué tan extraña decisión
de irse a vivir a un litoral desierto
donde el lento y acezante mugido de oleaje,
embistiendo contra las rocas,
rompe el silencio de la playa
y el viento que silba entre los almendrones
lima la aspereza de las hojas del uvero?
El erizado mar y la picada montaña
los cocoteros, los dioses, los monos, las quebradas
el bramido de la espuma salpicando las piedras,
supieron al fin que recibir a aquel huésped irónico
significaba no hacerse cómplices
de quienes, para usurpar sus dominios ancestrales
no abandonaban sus hábitos ciudadanos,
sus chequeras, sus mal habidas ganancias
sus colts, sus automóviles último modelo.
Reverón prefirió sus demonios internos
al halago de ver canjeadas sus pinturas
por una cuenta bancaria
y murió pobre.
La locura no avasalla
sino a los que saben, por haberla poseído,
arrancarle alguna estrella.
y así aunque la naturaleza nos impida combatirla
para librarnos de sus garras
salvo cuando el sueño termina y la tiniebla llega,
padecer la locura es también prueba
de que aún en la mayor soledad y la miseria
a un hombre puede estarle reservado
por un instante ser un dios o un genio.
Armando Reverón sigue estando en todas partes. En sus pinturas, en la poesía, en quienes pudieron conocerlo, en las leyendas que lo rodean, en el amor de su leal Juanita, en la risa de su mono Pancho, en la música que en su honor existe, en aquel rumor de lo que alguna vez fue Castillete.
¡Qué bonito es encontrárselo por ahí!
DesdeLaPlaza.com/Gipsy Gastello
@GipsyGastello