Para los brasileños este último trienio será recordado con un aroma esencialmente deportivo. Tras haber celebrado, en 2013, la IX Copa Confederaciones, y al año siguiente, la vigésima Copa Mundial de Fútbol (huelga decir, el evento futbolístico más importante del planeta), este año les tocará albergar el mayor evento deportivo internacional en el que participan miles atletas de distintas partes del mundo, agrupados en diversas disciplinas.
Brasil, considerada una potencia emergente mundial en términos económicos, ahora puede añadir a su vitrina una distinción en el terreno deportivo, sobre todo a la hora de organizar grandes eventos de este tipo. La alegría de la samba es tan explícita y contagiosa como el aire de emoción que despierta a locales y extranjeros la ciudad carioca, mucho más en estos momentos, en plena víspera de la celebración de tan magno espectáculo. El espíritu de competitividad e interés por el deporte a nivel mundial, se respira y se siente en la nación verde-amarela.
El gigante amazónico, pese a las adversidades políticas y sociales, ha manifestado sentirse preparado para afrontar este desafío, rociando con la grandiosidad que despierta la geografía brasileña, la XXXI edición de los Juegos Olímpicos; potenciando el turismo y prometiendo grandes avances en la economía. Sin embargo, no todo es color rosa. Contrario a lo que usualmente se refleja a través de los medios tradicionales, la realización de este tipo de eventos trae severas consecuencias desde múltiples perspectivas que perturban la realidad inmediata de Brasil.
“Un evento de 4.600 millones de dólares en medio de una economía en recesión”
La forma como se venden al público los JJ.OO. ha sido motivo de controversia. El argumento recurrente por parte de los patrocinadores ha sido que se trata de un evento “incomparable” a cualquier otro espectáculo deportivo. La muestra más palpable de ello fueron las ediciones de Atlanta 1996 y Sídney 2000, cuando las ciudades estaban abarrotadas de empresas y patrocinadores que buscaban adaptar sus productos a la “temporada olímpica” para poder aumentar sus ganancias.
Un estudio realizado recientemente por la Universidad de Oxford indicó que, para la edición de los Juegos Olímpicos Rio 2016 “se han destinado 4.600 millones de dólares en una economía que cayó un 3.5% en 2015 y se desplomó un 5.4% en el primer semestre de 2016”. Esta es la razón por la cual diversos economistas brasileños postulan una serie de críticas puntuales acerca de la realización de este espectáculo, y es que, los Juegos Olímpicos son financiados por los países y ciudades anfitrionas, eximiendo al Comité Olímpico Internacional (COI, por sus siglas) de los costos organizacionales. Este mismo informe también reveló que la realización de este evento estaría representando un gasto cerca del 51% de lo presupuestado. Sin embargo, el comité es quien se reserva todos los derechos y beneficios de los símbolos olímpicos, además de un porcentaje final sobre los ingresos derivados por patrocinio y difusión del espectáculo.
Sin duda alguna, existen toda una serie de circunstancias que han dado más que argumentos a los manifestantes que se rebelan ante las políticas económicas que ha tomado el nuevo presidente de la nación, Michel Temer, quien ve en esta cita deportiva la oportunidad de demostrar al mundo que puede gobernar eficazmente y a la vez generar las condiciones para impulsar la alicaída economía brasileña.
En cuanto al carácter de las manifestaciones de protesta, impulsadas principalmente por el Partido de los Trabajadores (PT) y sus aliados, es evidente que se trata de una jugada política para deslegitimar el nuevo gobierno que asumió a raíz del impeachment a la presidenta Dilma Rouseff. Para los opositores al gobierno de Temer, resulta no menos que preocupante el hecho de saber que una economía estancada en una grave recesión deba soportar el gasto que acarrea organizar este tipo de eventos.
Entre las instalaciones en mal estado, los recientes brotes de zika y los recortes que parecieran ser necesario aplicar tras la finalización de la cita deportiva, resulta casi imposible negar que no pueda haber protestas. No obstante, hay que destacar que, históricamente, este tipo de manifestaciones en Brasil no se caracterizan por ser violentas, aunque no puede ignorarse que en el propio PT y los movimientos sociales que han convocado a manifestarse, puedan existir grupos a los que no les es ajena la tentación de llegar a las últimas consecuencias en medio de este tipo de actos.
La crisis no es solo política y económica, lo es también ambiental y social
Aunada a la inestabilidad política que sufre la nación, a los riesgos económicos que trae consigo el desarrollo de este evento deportivo y a los problemas en materia de salubridad, existen otro de tipo de consecuencias devastadores para los brasileños: los impactos sociales y ambientales que ha traído la realización de los JJ.OO.
Uno de los temas más controvertidos en este evento ha sido el tema policial, ya que en un esfuerzo por asegurar a los visitantes extranjeros que el espectáculo global estará a salvo, los funcionarios públicos han tomado medidas extremas en la protección de la ciudad, avivando uno de los mayores problemas de Brasil: su brutal violencia policial. Según un informe de Amnistía Internacional, el cuerpo de seguridad brasileño fue responsable de 1 de cada 5 homicidios dentro de la ciudad de Río de Janeiro en 2015. Adicionalmente, en diciembre pasado, las Naciones Unidas presentó una serie de acusaciones contra las fuerzas policiales brasileñas, por el presunto asesinato sistemático de niños pobres “preferiblemente de raza negra” en un esfuerzo por «limpiar las calles» para la llegada de los Juegos Olímpicos.
A todo este panorama debe sumársele que según una coalición de activistas de la ciudad de Río, conocido como el Comité Popular, aproximadamente unas 22.000 familias (es decir, alrededor de 77.000 personas) han sido desalojadas por la fuerza entre 2009 y 2015, en la ciudad carioca. Dicho grupo afirma que más de 6.000 familias han perdido o pueden perder sus hogares como consecuencia directa de los proyectos de infraestructura relacionados con el evento, aunque reconocen que en algunos casos era necesario utilizar el espacio para los proyectos de construcción, se sienten estafados porque sus hogares fueron expropiados y aún el gobierno sigue sin darles respuesta.
Desde otra lado del tablero, es “un hecho aceptado” por los ciudadanos que este tipo de eventos traigan diversos tipos de problemas ambientales. Sin embargo, en Río ha destacado uno muy especial: la contaminada Bahía de Guanabara. Se esperaba que, debido a que en dicho lugar deberían celebrarse eventos de vela y natación olímpica, los funcionarios brasileños debían eliminar del canal al menos el 80 % de las aguas residuales y la basura existente, sin profanarlo. Hasta la fecha, todo está en “proceso de ejecución”.
No obstante, un reportaje realizado por la agencia Associated Press demostró que un grupo de científicos analizó el agua de la bahía en 2015 y se encontró que estaba todavía altamente contaminada con «virus causantes de enfermedades directamente relacionadas con los residuos humanos a niveles de hasta 1,7 millones de veces de lo que se considera altamente alarmante en los EE.UU. o Europa”. Esto se debe a que la bahía ha sido utilizada por las empresas locales como “un vulgar vertedero”. Por alarmante que pueda parecer, Río es una ciudad donde, a pesar de las mejoras en los últimos años, el 60% de las aguas residuales y los residuos locales no reciben tratamiento.
Como es habitual en este tipo de casos, los funcionarios gubernamentales se comprometieron a inyectar miles de millones de dólares en nuevas rutas transporte, de la Copa viviendas y otros programas de desarrollo con beneficio a largo plazo tras el Mundial de 2014 y los JJ.OO. Hoy, muchos de esos proyectos se encuentran incompletos, incluso después del espectáculo de fútbol de 2014, y con la promesa de que el gobierno pueda acabar con ellos antes de la realización del evento deportivo. Prueba de lo anterior, es la muerte de 11 trabajadores en los proyectos de infraestructura vinculados a los Juegos Olímpicos (por la carencia de medidas de seguridad) y una nueva línea de metro, que se abrió con servicio limitado sólo cuatro días antes de comenzar el espectáculo internacional.
Foucault dijo una vez que “los problemas siempre van a estar” y lo importante es “la felicidad que llega después de ellos”. Desde el momento en que se anunció a nivel mundial que el país amazónico sería la sede de los Juegos Olímpicos, un aire de esperanza se apoderó los brasileños, pese a todas las adversidades que la nación enfrenta. Sin embargo, los temas periféricos que gravitan sobre la realización de este evento, hoy parecieran cubrir con su sombra la majestuosidad del espectáculo televisivo. Interrogantes que, lejos de ver la luz, aún se mantienen sin respuesta.
DesdeLaPlaza.com/Emanuel Mosquera