Hace un mes y medio el movimiento yihadista Estado Islámico (EI) perdió Tikrit, pero en las últimas horas logró izar su bandera negra en el centro de Ramadi, capital de la provincia iraquí de Al Anbar.
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Tikrit por Ramadi, es la estrategia de unos combatientes animados por el califa, Abu Bakr Al Bagdadi, que rompió su silencio de tres semanas con una grabación de voz difundida a través de las redes sociales en la que calificó el Islam como «la religión de la guerra» y llamó a los musulmanes de todo el mundo a «emigrar al Estado Islámico» porque «unirse a su lucha es un deber de todo musulmán».
Al Bagdadi quiere que los fieles combatan «hasta que solamente se adore a Alá», la misma misión que, según sus palabras, se encomendó al profeta Mahoma. El discurso del califa, grabado a finales de abril según los expertos, llegó en medio de los intensos rumores sobre su delicado estado salud tras las heridas que habría sufrido hace dos meses en un bombardeo de la alianza que lidera Estados Unidos y después de que el gobierno de Irak asegurara que su número dos, Abu Alaa Afri, había muerto en un ataque contra una mezquita en Tal Afar, al norte de Irak. Estados Unidos, responsable de la mayor parte de operaciones de la alianza, ha confirmado hasta el momento estas dos informaciones.
Abu Baker al Bagdadi sufriría heridas en la espina dorsal y una pierna -según revelaron combatientes que han decidido desertar a la ONG Eye on The Homeland, creada para apoyar a quienes dejan de luchar con el EI y que en el último mes habría ayudado a desertar a unas cien personas- lo que le impediría estar en la línea del frente, pero no seguir dirigiendo el califato desde Raqqa, su bastión en Siria. Su anterior, del 27 de abril, lo empleó para llamar a emires y combatientes sirios a cruzar la frontera y servir como voluntarios en suelo iraquí. El califa demandaba kamikazes, suicidas que «no miran atrás y no dejan sus armas hasta su muerte o hasta que Dios les otorgue la victoria».
La respuesta ha llegado en las últimas horas con la toma de Ramadi, situada a 130 kilómetros al oeste de Bagdad. Es la segunda vez en los últimos meses que los yihadistas asaltan la ciudad y eso ha vuelto a obligar a miles de civiles a escapar en busca de un lugar seguro. Tras la liberación de Tikrit, el primer ministro iraquí, Haider al Abadi, prometió seguir con Al Anbar, pero de momento es incapaz de frenar el avance islamista en esta provincia fronteriza con Siria que une a los dos lados del califato y donde la población es mayoritariamente suní y se siente marginada por el Gobierno de Bagdad, en poder de la mayoría chií. Este malestar ya sirvió a Al Qaeda tras la invasión de Estados Unidos para hacerse fuerte en la provincia, y ahora la historia se remite con el EI.
Preocupación por Palmira
La toma del centro de Ramadi coincide con el avance yihadista en el corazón de Siria, que le ha llevado a las puertas de Palmira, joya arqueológica incluida en la lista de Patrimonio Mundial de la Unesco en 1980, situada 240 kilómetros al norte de Damasco, en mitad del desierto.
«Los combates se producen a un kilómetro de Palmira», reveló el Observatorio Sirio de derechos Humanos, organismo con sede en Londres pero con una amplia red de colaboradores sobre el terreno. Desde el organismo internacional mostraron su “preocupación” por la llegada de unos guerrilleros que en otros lugares históricos como Nimrud, joya del imperio asirio fundado en el siglo XIII, Hatra, ciudad de 2.000 años de antigüedad, y el museo de Mosul, los tres puntos en el norte de Irak, no han dudado en arrasar los restos arqueológicos por considerarlos paganos.
«Se trata de una ruinas romanas de inmenso valor, debemos trabajar todos juntos contra el extremismo, con la estrategia de este grupo de erradicar nuestra memoria colectiva», pidió Irina Bokova, directora de Unesco, en una rueda de prensa celebrada en el vecino Líbano desde donde el organismo internacional monitorea la situación de Siria.
DesdeLaPlaza.com/ABC.es/AMB