Crónica urgente para buscar sobresaltos
Desde la perspectiva antropológica, en Venezuela se debaten dos modelos culturales claramente definidos. Por un lado la concepción capitalista, pitiyanqui, mayamera hecha de superficialidades, guiada por los intereses del mercado, y que apunta a un entretenimiento barato. Por otro lado está la concepción socialista que sitúa al hombre y la mujer, tanto individual como colectivamente, dentro de su ecosistema e intenta constantemente que sean sujetos activos de su propio destino y creadores de su mundo material, simbólico y espiritual. Obviamente estas dos concepciones deben librar una batalla permanente por la hegemonía.
Pero si cambiamos de lente y de magnitud, el problema cultural toma otro matiz. Visto como el ámbito de las disciplinas y los oficios de las artes, habría que decir que no hay en el ambiente ningún debate, ninguna polémica, ninguna discusión encendida. Parece que todo estuviera normal, y la cultura tranquila y “normal” no es un buen signo. Las concepciones artísticas son por naturaleza subversivas, cuestionadoras y acompañan la gesta histórica del hombre y la mujer con una búsqueda incesante de nuevas formas, ideas y concepciones simbólicas y físicas. Cuando cunde la tranquilidad, da la sensación de que algo está estancado. El peor sitio del río es donde el agua no se mueve.
Los impulsos revolucionarios han traído siempre grande convulsiones en el área de las disciplinas artísticas. Aparecen nuevas formas, las nacientes relaciones sociales traen nuevas concepciones, nuevos usos, y espiritualidades. Estas hecatombes no se pueden detener. Si hay algo que anima el nacimiento de las nuevas concepciones es justamente la aceptación de la confrontación y del debate. Escuchábamos, no sin asombro, en el pasado Congreso de la Cultura como un participante al tomar la palabra acotaba “esto es sin ánimo de entrar en polémica” Nada más alejado del espíritu de lo que debe ser un Congreso de Cultura en medio de un proceso revolucionario que pretende construir una nueva sociedad.
No se le puede pedir a la cultura ni pasividad, ni paciencia, ni que se someta a los rigores de la burocracia. Tampoco se le puede pedir respeto por lo ya establecido, porque una de sus naturalezas es justamente desafiar lo establecido y forzar la realidad para que nazcan cosas nuevas. Muchas veces no es fácil distinguir de cuál ingrediente de nuestro tejido social hay que deshacerse y cual hay que fortalecer. Igualmente se crea una confusión cuando se pretende apuntalar estructuras administrativas heredadas de la tradición burguesa por encima de una irreverencia creadora legítima.
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La cultura no debe estar tranquila, menos en momento de intenso debate revolucionario como el que vivimos. No debemos esquivar las polémicas, ni creer que los cuestionamientos no son pertinentes por esta o aquella elección. La maña de ir corriendo las polémicas como quien corre una arruga es una mala práctica que nos aleja de la verdad histórica que nos guía en la construcción revolucionaria. La polémica, las contradicciones, los encontronazos y el debate permanente son signos de que lo que llamamos culturas anda saludable y vivo. Es necesario distanciarse de la tentación permanente de institucionalizar y burocratizar los procesos creadores de la cultura. No valen descuidos en nuestra batalla de todos los días.
DesdeLaPlaza.com/Oscar Sotillo Meneses