Para Jonás Castellanos Internet es una mala interpretación de la lectura y del contenido.
Una señora entró a la librería Historia porque estaba buscando “La Ilíada” de Arturo Uslar Pietri. Jonás Castellanos le señaló que ese no era el autor del libro sino Homero. Ella salió disgustada y le dijo “tú no sabes nada de libros”. En otra ocasión, un señor preguntó por “El general no tiene quien le haga cartas”, a lo que Castellanos contestó, “yo tengo ‘El Coronel no tiene quien le escriba’”, “Ése mismo es”. A propósito, el autor de este libro, Gabriel García Márquez, es quien custodia y anuncia si Jonás está o no en la librería. Es una figura del Gabo en blanco y negro, de saco a cuadros y camisa, obsequio de una distribuidora, que es referencia obligatoria en la entrada. “Me ha tocado limpiarlo como siete veces”.
Dice esto porque le dan besos y le dejan marcado el lápiz labial. “Se retratan con él, le hablan, lo insultan. Cuando no está, dicen: ‘épale, no se encuentra Jonás allí’”. También hay gente que le pregunta que si es familia suya. No le queda de otra que responder que es su tío o su papá.
Mientras hacemos la entrevista entra un amigo a buscar un libro y le saluda, “mi querido doctor”.
De buena fe
Jonás Castellanos empezó a estudiar Medicina en la Universidad Central de Venezuela e incursionó en la política. Durante el mandato de Pérez Jiménez, tuvo que salir del país. “Me estaban molestando. Regresé después del 58. Nuevamente viajé y después me incorporé, junto a mi hermano, a la librería”. Ya tiene varias décadas, desde 1967, dedicado a ello. Es librero de vocación, como diría Umberto Eco, “una hermosa vocación”. Primero, por el gusto que tiene por los libros y, segundo, por la enseñanza de su hermano mayor, Rafael Ramón Castellanos, fundador de la librería Historia y también estudioso de la bibliografía nacional. “Actualmente, mi hermano está haciendo el segundo tomo o la edición nueva de la bibliografía de Hugo Chávez Frías. Hasta ahora tiene más de 4200 títulos. A favor, en contra o neutro. En inglés, francés, ruso, japonés, chino, húngaro, portugués”.
Suenan unas campanas que guindan en la puerta. Ellas anuncian que alguien entra a la librería. Nos interrumpen para preguntarle si vendía agendas. Él le indica que al final del pasillo.
Desde su escritorio, rodeado de libros, afirma que “vendedores de libros hay muchos, pero libreros, muy pocos”. Se escuchan las campanas. Entra una señora y se lleva “Poesía gauchesca”. Jonás se levanta y se dirige hacia la caja. Ella le piropea. “Atención personalizada, él es así, siempre”. Comprendo su afirmación. Hubo una transacción que fue más allá del acto mercantil. Es un intermediario “de buena fe” entre el cliente y el vendedor porque orienta a la persona, le ayuda a buscar otra referencia en caso de no tener el título, sabe de autor, de editorial.
De regreso al escritorio, saca de una gaveta un tomo sobre la revolución francesa de Theurs, de 1857. Otro sobre la conquista de México, de 1782 y un libro de Elías Toro, “Por las selvas de Guayana” de 1905. “Eso es una joya, empastado de época. Todo lo que ves aquí –levanta la mano -lo tengo bajo control”.
Sentido de la venezolanidad
De Gradillas a Sociedad se encuentra la librería Historia. Está ubicada en el edificio Humboldt, nivel Pasaje. Desde los años 70, del siglo pasado, los sábados eran referencia para el encuentro de escritores. “El doctor Ramón J. Velázquez venía todos los sábados y la gente, a oírlo. Por acá han pasado muchos presidentes desde Larrazábal. Menos Caldera y Chávez. Chávez me llamó como 3 veces y me nombró en su programa. Siempre mandaba a buscar libros. Jaime Lusinchi fue quien más frecuentó la librería”.
-¿Demuestra desapego al vender los libros?
– Hay libros que vendo y luego me queda un aire de arrepentimiento. Me gustaría quedarme con ellos. Hace poco se llevaron “La masonería en la independencia de América” del colombiano Carnicelli. Me quedó un folleto como referencia. Han tenido que fotocopiarlo porque no quiero venderlo. Ahí está Simón Bolívar en grado 33.
El sonido de las campanas, nuevamente. Entra una joven de nacionalidad argentina y le pregunta que si no ha visto a un muchacho alto. Le decimos que no. “Bien” y se va. A los dos minutos entra el muchacho alto. Le decimos que lo estaban buscando. “Sí, ya sabe que estoy acá”.
“Bienvenido”, le dice Jonás.
-¿Se plantea seducir a las personas cuando entran a comprar un libro?
– Atiendo bien. Por experiencia uno identifica la calidad del lector, si tiene inquietudes intelectuales o si realmente está buscando un libro por hobbie, así, de volátil. Otros tienen la intención de llevárselos, sin pagar.
-Es que usted muestra una confianza exagerada…
– Esta librería tiene un alto sentido de la venezolanidad. Es una tradición tratar bien a todo el que llega. Acá viene gente del exterior con referencias de Historia. Se llevan libros sobre Chávez, Bolívar y Juan Vicente Gómez.
Imposible sustituir
Sostiene que no asimila internet. Le parece una mala interpretación de la lectura y del contenido. “El libro es parte de la historia de la humanidad. La internet perjudica la vista y el cerebro. No es lo mismo tener un libro en la mano que verlo en una pantalla. Imposible que lo sustituya”, concluye.
DesdeLaPlaza.com / Mayrin Moreno Macías