Las discusiones acerca de la economía cultural están a la orden del día. El Estado convoca a conversar sobre este tema, la gente se pregunta de qué se trata y los cultores intentan desenmarañar este misterio divino. Lo cierto es que hemos llegado al punto donde mono no carga a su hijo.
Los dineros públicos se han limitado al extremo por la caída de los precios de petróleo y la guerra económica brutal contra la revolución bolivariana. La lógica rentista que se ha aplicado desde el Estado en casi un siglo a los estamentos culturales de la república debe ser repensada.
Diremos otra vez una de las frases que más suena en los cenáculos donde se discuten estos temas: En otros países la cultura aporta un número significativo al PIB. Pues, eso no parece suceder por estar tierras, y lo peor de todo es que no parece que estemos construyendo un claro mapa donde pueda suceder.
Construir una economía alrededor de las disciplinas y los oficios culturales lleva tiempo. Esto no puede ser tarea de un solo ministerio, ni se hace en una coyuntura de emergencia improvisando cuanta idea descabellada se le ocurra a burócratas inspirados.
Y nos atrevemos a afirmar que no se terminará de dar con la fórmula que destrabe el tema, porque es aguas arriba, en el mismísimo concepto de lo que llamamos cultura donde está el origen del problema. Mientras entendamos la cultura como un adorno prescindible al final de los actos, mientras entendamos la tarima como la cúspide de las manifestaciones culturales, y el show y el contubernio farandulero como logros de popularización de la cultura, no vamos a conseguir que los mecanismos económicos culturales echen a andar.
La cultura está enraizada con los procesos espirituales y simbólicos, lo mismos que con los mecanismos industriales y tecnológicos. Nos jactamos de tener mil orquestas sinfónicas, pero no tenemos ni una sola fábrica de cuerdas para violín. Queremos hacer una patria de artistas y cultores a la vez que desfallecen las iniciativas de fabricar pigmentos, telas especiales, pinceles, etc. Ni hablar de otras áreas donde la tecnología digital es más protagónica. No podemos decir que las muñecas de trapo son un orgullo de nuestra cultura popular, si la tela es china, los botones son de la India y el hilo es peruano.
La economía cultural es un mecanismo profundo y complejo que debe ser articulado entre una inmensa diversidad de elementos sociales que hoy parecen estar aislados unos de otros. El Estado debe entender que le toca fomentar la economía cultural, facilitarla y regarla, no controlarla ni pretender convertirse en fabricante. Estamos ante un tema que hay que discutir sin prejuicios, con compromiso socialista de verdad y con un alto ingrediente de creatividad e imaginación.
DesdeLaPlaza.com/ Oscar Sotillo Meneses