¿Cuándo se celebra el día del hombre?

“Bolívar decía que la mujer no es igual al hombre,

la mujer es superior al hombre,

y yo lo creo con Bolívar, por eso rindo tributo a la mujer”

Hugo Chávez

 

Al intentar ubicar una fecha histórica donde se pueda inscribir el nacimiento de esa nefasta forma de dominación humana conocida como patriarcado, todos los caminos parecen conducir a que aceptemos sumisamente que es eterna e infinita. Es decir que, de entrada, la respuesta a nuestra interrogante es que, cada año tiene 364 días para celebrar el día del hombre y uno para el Día Internacional de la Mujer.

Hay quienes refieren –para esos 364 días anuales de fiesta- miles de años antes del nacimiento de Jesús el Nazareno, el primer feminista de todas las luchas por la liberación e igualdad de la humanidad, quien se enfrentó contra la ley y sus aplicadores dogmáticos, que pretendían apedrear y lapidar a una presunta mujer adúltera: “quien se considere libre de pecado, que lance la primera piedra”. La mujer sobrevivió a aquel momento, pero el principio que la condenaba sigue vigente, 2000 años después, con sus variantes religiosas, políticas y, sobre todo, de clase.

El patriarcado no contempla condenas ni sanciones para los adúlteros. Sólo las mujeres cargan con ese “pecado” de la infidelidad. Ah… y la fidelidad femenina al “trabajo” (sumisión ante el patriarca explotador), se premia con más trabajo, del no remunerado, de ese que llaman “del hogar” y por el que nadie las remunera ni ofrece agradecimientos de ningún tipo, sino una doble explotación: laboral, patronal, y doméstica.

En realidad, no estamos hablando de lucha sexual entre individuos. Aunque ésta se invoque, con ánimos descalificadores y emotivos, la ancestral lucha de la mujer por su reconocimiento igual en el género humano es lucha de clases. Esclavizadas, siervas y proletarias, las mujeres desaparecen hasta de espectro de dominación y cuesta ubicarlas dentro de la historia hasta en los campos creativos, literarios, religiosos o en las gestas emancipatorias de los pueblos.

Hoy, en Venezuela, el Gobierno revolucionario, Bolivariano y Chavista, ha decidido –por mandato del presidente Nicolás Maduro- llevar al Panteón Nacional a las emblemáticas figuras de Hipólita, Matea y Apacuana, tres de nuestras grandes luchadoras por la igualdad de género humano, al lado de hombres que –sin distingos- así también lo manifiestan de palabras y acciones. Evidentemente que eso no es todo. El asunto no puede reducirse a decretos espasmódicos anuales ni a etiquetas  de feminismo frívolo. Se trata de la reforma intelectual y moral del género, que ha estado patriarcalmente obligado a desestimar a la mujer como parte igual del mismo.

Así que, el 8 de marzo de 2017, las patriotas y los patriotas de Venezuela asumimos conmemorar la fecha propuesta en 1910 por la revolucionaria Clara Zetkin, durante la realización  del Congreso Internacional de Mujeres Socialistas, en homenaje a las caídas en las luchas obreras de las fábricas neoyorquinas de tejidos de algodón, en sendos marzos de 1857 y 1908. Lo hacemos con nuestras convicciones Bolivarianas y Chavistas, sin descuidar la esencia de esta lucha radical por un mundo nuevo y posible, en el que hacemos nuestra la voz de otra gran mujer revolucionaria, Aleksandra Kolóntai,  quien, con meridiana nitidez proletaria, se preguntaba: “¿Cuál es el objetivo de las feministas burguesas?”, a lo que respondía: “Conseguir las mismas ventajas, el mismo poder, los mismos derechos en la sociedad capitalista, que poseen ahora sus maridos, padres y hermanos”.

Por contraste de clase y acertada precisión, la Kollontái se formula una segunda pregunta: “¿Cuál es el objetivo de las obreras socialistas?”, a lo que –con radical precisión- contesta: “Abolir todo tipo de privilegios que deriven  del nacimiento o de las riquezas. ¡A la mujer obrera le es indiferente si su patrón es hombre o mujer!”

Es decir, como se observa en la lapidaria conclusión de la revolucionaria rusa Aleksandra Domontovic Kollontái, el asunto de esta lucha histórica, es de clase y no de sexos. El asunto no está en partir por mitades las representaciones en los equipos de trabajo, discusiones, luchas y combates. Está en reconocer el carácter femenino y feminista de toda revolución auténtica. Y no para “voltear la tortilla” sino para conseguir la necesaria “revolución de la vida cotidiana y de las costumbres”. Eso que hoy llamamos –con Antonio Gramsci y Mao Tse Tung, también- Revolución cultural.

Ilustración: Xulio Formoso